Aléjate
de la muchedumbre y de su afán infructuoso de fama y oro.
Nunca
vuelvas atrás la vista una vez que hayas cerrado tu puerta al deplorable
tumulto de la codicia y la ambición.
Enjúgate
las lágrimas del fracaso y el infortunio.
Pon a
un lado tu onerosa carga y descansa hasta que tu corazón
haya
recuperado la calma.
Consérvate en paz.
Ya es
más tarde de lo que piensas, pues tu vida terrena, en el mejor de los casos,
no es más que un parpadeo entre dos eternidades.
Desecha todo temor.
Nada
puede dañarte aquí, solo tú mismo.
Haz
aquello que temes y aprecia con orgullo esas victorias.
Concentra tu energía.
Estar
en todas partes es tanto como no estar en ninguna.
Sé celoso de tu tiempo, porque es tu mayor tesoro.
Recapacita sobre tus metas.
Antes
de permitir que tu corazón se aficione demasiado a algo, examina la felicidad
de que gozan los que ya tienen lo que tú deseas.
Ama a
tu familia y ten muy presente tu ventura. Piensa con cuánto afán la
buscarías si no la poseyeras.
Haz a
un lado tus sueños imposibles y lleva al cabo la tarea que tienes a tu
alcance, por desagradable que sea.
Todos
los grandes éxitos resultan de trabajar y saber esperar.
Sé paciente. Los retrasos de Dios no son negativos.
Espera.
Mantente
firme.
Ten
presente que tu tesoro siempre está cerca.
Lo que
siembres, bueno o malo, eso será lo que coseches.
Aprende
a vivir en una pobreza honrada, si así deber ser, y ocúpate en cosas más
importantes que en llevarte el oro a la tumba.
Nada de
hacer concesiones a las dificultades.
La
ansiedad es la herrumbre de la vida y cuando agregas las cargas de
mañana a las de hoy,
su peso
resulta intolerable.
Aléjate de la compañía del quejumbroso.
Dá
gracias por tus derrotas, no las sufrirías si no las necesitaras.
Lo que
siembres, bueno o malo, eso será lo que coseches
Aprende
siempre de los demás.
El que
se enseña a sí mismo, tiene por maestro a un necio.
Sé cuidadoso.
No
hipoteques tu conciencia.
Lleva
tu vida como si tuvieras que pasarla en una palestra llena de gente
chismosa.
Evita
la fanfarronería.
Si ves
en ti algo que te hincha de orgullo, obsérvate más de cerca y encontrarás
materia más que suficiente para ser más humilde.
Sé sensato.
Date
cuenta de que no todos los hombres han sido creados iguales, porque no hay
igualdad en la naturaleza.
Sin
embargo, jamás ha nacido un hombre cuyo trabajo no haya nacido con él.
Trabaja
cada día como si fuera el primero, pero trata con ternura las vidas que tocas,
como si todas debieran acabarse a media noche.
Ama a
todos, incluso a los que te repudian, el odio es un lujo que no puedes
permitirte.
Busca a
los menesterosos.
Aprende
que el que da con una mano recogerá siempre con dos.
Consérvate en buen estado de ánimo.
Por
encima de todo recuerda que necesitas muy poco para llevar una vida feliz.
Mira
hacia arriba.
Camina
siempre adelante.
Aférrate
a Dios con sencillez y recorre en silencio tu sendero hacia la eternidad, con
caridad y con una sonrisa.
Cuando
partas, todos dirán que tu legado fue dejar un mundo mejor del que
encontraste.
Sobre
todo recuerda que la humildad es la etiqueta que exige el ceremonial para las
audiencias con Dios…
Extraído del Libro «El don de las estrellas»
de Og Mandino y Buddy Kaye
PAZ Y BIEN PARA TODOS
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